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Thursday, September 16, 2010

Conyugalidad

Conyugalidad
Por
Irving H. Bennett N.
Las circunstancias históricas constantemente reclaman la construcción de neologismos que nos permitan expresar mejor las realidades que una existencia en evolución nos presenta.  Al surgir nuevas circunstancias que las constantes mutaciones producen, se necesita expresar de mejor manera y con más matices las relaciones entre los diversos factores involucrados en dichas novedades.  Hoy se pretende legalizar y normalizar supuestos matrimonios entre personas del mismo sexo por lo cual necesitamos reflexionar más profundamente la naturaleza de lo que es un matrimonio.  En esta encrucijada surgen términos como Conyugalidad, conyugable, esponsalidad, y otros parecidos.
La persona humana existe en una bipolaridad complementaria en la cual ninguno de los polos está completo sin el otro.  Cada sexo es diferente al otro desde la configuración genética hasta la fisiológica, en el carácter y en la psicología.  En esta polaridad, cada uno tiene sus propias riquezas y sus propias carencias, lo cual requiere del otro para el enriquecimiento y la realización propia.  Por ello, cada uno puede, en cuanto macho o hembra, hacer de sí, en el amor, un don al otro.  Esta posibilidad, que se da de manera especial y única en la sexualidad, es la conyugalidad, realidad fundamental de los géneros.
El hecho del género es esencial a esta esponsalidad inscrita en la biología del hombre y la mujer.  Es una característica fundamental de la antropología.  Toda la estructura personal del ser humano está empapada de esta dimensión conyugal.  En la escritura ya se señala que no es bueno que el hombre esté solo.  Esta soledad original es parte insoslayable de su cuerpo, que sólo puede ser resuelta de manera natural en la unión sexual con el otro del género complementario.  Esta soledad primordial del ser humanos se resuelve sólo frente a otro ser humano, pero nunca de la misma manera ni en la misma profundidad que en la entrega mutua del matrimonio, en la cual los dos se vuelven una sola carne, ahora completada en su complementariedad.  Dicho eso, no podemos excluir una realización plena en quienes eligen el celibato como entrega y don, pero esta plenificación es un don que viene de Dios y precisamente por una entrega que está en función del otro, y de manera especial de la misma familia a la cual se ha renunciado en lo personal pero por la cual se ha optado de manera radical.
Esta esponsabilidad del hombre y la mujer, está inscrita en la misma naturaleza del ser humano.  Ella ha sido desarrollada a través de los cuatro mil millones de años de evolución que ha culminado en el hombre, macho y hembra, seres humanos complementarios primordialmente hechos el uno para el otro.  El matrimonio que es la realización de esta conyugalidad, realizada en la libertad, del don y la aceptación mutua, es inherente al ser humano y previo a cualquier legislación, que tan sólo puede reconocerlo y oficializarlo frente a la comunidad.
Esta conyugabilidad esencial en la sexualidad humana comparte con la sexualidad en toda la biota terrestre la función de ir creando un enriquecimiento progresivo en la existencia.  Un elemento integral de dicho enriquecimiento es la diferenciación y la variedad.  La verdadera riqueza está en la variedad más que en la mera abundancia.  Pero en el ser humano la riqueza ha llegado a realizarse en una concienciación progresiva que requiere de la atención paterna.  Por ello la entrega mutua en el amor conlleva realidades ineludibles fundadas en la naturaleza misma de la sexualidad humana.  La más obvia e apremiante es la necesidad de cuidar y educar la prole.  Pero esta no es la única.  Todos necesitamos de los otros y de una manera comprometida y duradera.
Nuestro desarrollo personal depende del intercambio con el otro, con el que es diferente.  La diferenciación sexual es la principal fuente de diferencia y complementariedad.  La división del trabajo y la especialización en las funciones que tiene ya raíces en la evolución de la especie, hace necesaria la conjunción de los géneros para su desarrollo pleno.
Esta realidad está expresada de maneras estupendas en los dos relatos de la creación en el Génesis.  En el primer relato se dice:  “Creó Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.” (Gen 1, 27) En el segundo relato dice:  “…7 Yahveh Dios formó al hombre del polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre ser viviente.  18 Dijo luego Yahveh Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo.  Voy a hacerle una ayuda adecuada’.  22 De la costilla que Yahveh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. 23  Entonces éste exclamó:  ‘Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne.  Ésta será llamada Varona porque del Varón ha sido tomada.’ 24  Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne.”  Ya en los albores de nuestra civilización se reconocía la complementariedad sexual esencial de la naturaleza humana y se relacionaba con la misma naturaleza divina.
Por ello vemos que el esperpento de la conjunción de homosexuales no es conyugable.

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